MANEJO DEL COMPORTAMIENTO DE LOS PACIENTES EN LA ODONTOPEDIATRIA 2
El miedo es una de las primeras emociones adquiridas luego de nacer aunque el niño está ignorante de la naturaleza del estímulo que lo produjo. Al niño crecer, su capacidad mental aumenta. Está consciente del estímulo que le produjo el miedo y puede identificar cada uno individualmente. Trata de ajustarse a estas experiencias recurriendo a huir si no puede solucionar el problema de otra forma. Si el niño se siente inadecuado para bregar con la situación y la posibilidad de huir es físicamente imposible, el temor entonces de intensifica.
Existen dos tipos de miedo : el objetivo y el subjetivo. Discutiremos primero el miedo objetivo.
El miedo objetivo es el producido por un estímulo físico. Generalmente, no es de origen paternal. Es una respuesta a estímulos de sentir, ver, oír, oler o saborear. Es de naturaleza desagradable. Lo podríamos notar en un niño que ha tenido una experiencia desagradable con un dentista. Este paciente desarrolla temor hacia un futuro tratamiento dental.
El miedo subjetivo se funda en sentimientos y actitudes sugeridas al niño por otras personas, si él haber pasado por la experiencia. El niño que escucha comentarios de sus padres, hermanos, amigos, etc., acerca del supuesto terror hacia el dentista, los acepta como reales y trata de evadir por todos los medios una situación similar.
Posee el niño también un intenso miedo hacia lo desconocido. Cualquier experiencia que sea nueva para él le produce miedo, hasta tanto él mismo se convenza de que hay razón para asustarse.
El miedo subjetivo puede adquirirse por imitación ; por ejemplo, un niño que observa temor en otros puede llegar a sentir temor también hacia el objeto o evento causante del mismo, sobre todo si lo observa en sus padres, pues los niños se identifican con ellos.
La influencia de los padres
La naturaleza del miedo, aunque ésta sea una de las emociones del paciente que más le concierne al dentista, no explica a cabalidad el comportamiento del niño en el sillón dental.
Hay diversas influencias interpersonales que alteran el comportamiento del niño. Cada uno responde al miedo de manera diferente. Los padres son quienes más influyen en estas relaciones interpersonales, por ser la relación padre-hijo sumamente íntima y, por lo tanto, las más potente en determinar el comportamiento emocional del niño. Si la actitud de los padres es defectuosa, el comportamiento del niño se afecta y lo hace un paciente no satisfactorio. Si por el contrario, la actitud de los padres hacia sus hijos es saludable, los niños crecerán en un ambiente favorable y generalmente son buenos pacientes. La actitud de los padres puede, por lo tanto, determinar cuándo podemos esperar un comportamiento manejable u hostil, cooperador o rebelde.
Veamos algunos tipos de comportamiento de los padres hacia sus hijos.
A- Sobreprotección:
Este comportamiento se manifiesta cuando los padres obran de manera extremadamente dominante o indulgente. Cuando son dominantes no permiten que el niño se desarrolle con su propia iniciativa. Lo ayudan constantemente y hasta le restringen las actividades por temor a que se lastimen, se enfermen o adquieran malos hábitos. El resultado es un niño vergonzoso, delicado, sumiso y temeroso. Resultan pacientes ideales, aunque el dentista debe ganarse su confianza.
Los padres extremadamente indulgentes no enfrentan a sus hijos a la realidad. Los hacen sentirse superiores a los demás. Estos niños exigen atención, afecto y servicio. Son desconsiderados y egoístas. Como pacientes, rehusan el tratamiento y hay que imponerles disciplina para que lo acepten. Al ellos ceder, son excelentes pacientes.
B- Rechazo:
El rechazo se manifiesta desde la indiferencia, cuando los padres tienen ocupaciones excesivas, hasta el completo rechazo ocasionado por problemas emocionales. Los niños rechazados se sienten inferiores, desarrollan resentimientos, son introvertidos y desobedientes. Por su comportamiento se hacen indeseables entre sus compañeros y buscan compañía de otros como ellos. Muchos de los niños delincuentes proviene de este grupo.
En el consultorio dental son difíciles de controlar, hay que combatir su desobediencia con amistad y comprensión. Por lo general, se comportan mal para que se les preste atención por sentirse faltos de cariño, sus demandas se deben respetar hasta donde sea posible. Cuando el niño se decide a comportarse bien, debe recibir atención. De lo contrario, no se le debe enseñar que si se comporta bien el tratamiento dental será más placentero.
C- Sobreansiedad:
La sobreansiedad se caracteriza por una preocupación indebida del niño como resultado de una tragedia familiar debida a enfermedad o accidente. Se asocia a la sobreprotección y a la sobreindulgencia.
Estos niños son vergonzosos, tímidos y temerosos. Se preocupan mucho por su salud y carecen de habilidad para tomar decisiones por sí mismos. Son generalmente buenos pacientes.
D- Actitud dominante:
Los padres dominantes no aceptan a sus hijos como son. Ponen a sus hijos a competir con otros niños más avanzados que él, los critican y son bien estrictos, lo cual desarrolla en el niño resentimiento y evasión, desasosiego y sometimiento. La negación en estos niños puede ser común. Temerosos a resistirse abiertamente, obedecen lentamente. Con bondad y consideración son buenos pacientes.
E- Identificación:
En estos casos los padres tratan de revivir sus propias vidas en las de sus hijos. Tratan de darle al hijo las cosas que ello no tuvieron. Si el niño no responde favorablemente, el padre se desengaña cuando el niño lo advierte, se siente culpable, pierde la confianza en sí mismo y se esfuerza poco por temor a fracasar.
Estos niños responden en el consultorio dental de igual forma que los niños de padres dominantes. Se deben tratar de la misma manera.
La influencia del Dentista.
La personalidad del dentista es uno de los factores decisivos para ganarse la confianza del niño. El dentista debe tener una apariencia agradable. Debe recibir al niño personalmente y llamarlo por su nombre. Debe ser franco y explicarle lo que se le va a hacer.
El niño tiene que reconocer que el temor es normal. Se le debe explicar que sentirá alguna molestia, pero que lo trataremos con delicadeza. No debemos decirle que no hay que temer, cuando en realidad el temor está presente, pues existirá una contradicción entre lo que se dice y lo que ocurre. El niño conceptuará al dentista como ignorante o mentiroso. Se sentirá incómodo y confundido. Es mejor admitir la presencia del temor, para que el paciente coopere. El niño se percatará de que sólo él podrá dominar su temor. Al lograrlo, se sentirá orgulloso.
Debemos estimular al niño a cooperar porque los temores se reducen al hacer un llamado a una acción positiva. Esto se puede llevar a cabo, por ejemplo, pidiéndole al niño que sostenga el eyector de saliva. El temor se reduce, pues el niño centra su atención en una sola cosa.
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